Parece ser, pero no es cuestión comprobada ni generalizada, que, cada vez que se unía en matrimonio una pareja, era costumbre que el titular del señorío pasara la primera noche con la dama recién casada, aunque algunos señores incluso renunciaran a ello.
Naturalmente, a decir de los ayerbenses, el marqués de Ayerbe no podía ser menos que los demás señores, y esa inveterada, gravosa y vejatoria obligación la solía cumplir en el palacio de Urriés, morada familiar y emblema externo de su poder y señorío.
Naturalmente, la tradición (que casi siempre suele favorecer y ponerse de parte de los poderosos) es una cosa y otra muy distinta la dignidad de las personas.
Así lo entendieron unos recién casados ayerbenses cuando ambos se negaron a someterse a costumbre tan vejatoria por mucho que el marqués fuera el marqués. Y, en vez de darle gusto, decidieron abandonar villa, familia y trabajo para marcharse lejos, al otro lado de los Pirineos, pues no era tan fácil dejar un señorío para instalarse en otro, pues el sistema señorial perseguía las deserciones, una de las fórmulas para perpetuarse.
Así lo entendieron unos recién casados ayerbenses cuando ambos se negaron a someterse a costumbre tan vejatoria por mucho que el marqués fuera el marqués. Y, en vez de darle gusto, decidieron abandonar villa, familia y trabajo para marcharse lejos, al otro lado de los Pirineos, pues no era tan fácil dejar un señorío para instalarse en otro, pues el sistema señorial perseguía las deserciones, una de las fórmulas para perpetuarse.
No obstante, antes de marchar la pareja, ambos jóvenes quisieron dejar su impronta, como muestra de su disconformidad, y ataron —bajo el pasadizo que llevaba a las habitaciones posteriores del palacio, en la puerta por donde debía entrar la recién casada— una cabra, dejándole a su alcance algo de comida y agua para mantenerla callada.
Al llegar la noche y bajar el marqués al esperado encuentro con la muchacha, aunque el pasadizo estaba mal iluminado, pronto se dio cuenta de que aquella no iba a ser su noche. Extendió sus manos y extrañado por la forma y por el pelaje del animal que le esperaba, exclamó sorprendido:
«¡Qué ye esto!, pero ¡si ye carni craba!».
Los que, conocedores de la trama, estaban apostados y en absoluto silencio a lo lejos tras unos carros apostados en la plaza Baja, asistiendo alborozados al engaño, oyeron perfectamente tan definitoria frase, por lo que el marqués fue apodado desde entonces «carnicraba».
Los que, conocedores de la trama, estaban apostados y en absoluto silencio a lo lejos tras unos carros apostados en la plaza Baja, asistiendo alborozados al engaño, oyeron perfectamente tan definitoria frase, por lo que el marqués fue apodado desde entonces «carnicraba».
[Proporcionada por Mauricio Bastarós, Merche Cinto, Beatriz Ferrer, Celia Morcate, Begoña Sáez, Blas Torralba y Asunción Ubieto.]
http://www.patrimonioculturaldearagon.es/bienes-culturales/castillo-de-los-urries-binies
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